Hace 200 años

Julio de 1808, en efecto, es clave en la ruta de Iberoamérica hacia la independencia. La abdicación de Carlos IV a favor de su hijo Fernando VII no provocó gran conmoción, pues era parte de las rutinas hereditarias de las coronas europeas. Pero la noticia de que encontrándose ambos como rehenes de Napoleón en Bayona, éstos habían sido removidos y sustituidos por José, el hermano del emperador francés: ésta sí era una noticia muy perturbadora. Tomemos algunos párrafos de La caída del gobierno español en la ciudad de México (FCE, 1981) escrito por Timothy E. Anna, como indicio de la agitación que tuvo lugar este mes hace dos centurias:
“Éste era el quid del asunto. En una reunión del cabildo, el 15 de julio, Azcárate presentó para su discusión un proyecto en el que, en vista de la crisis, le pedía al virrey que asumiera el mando directo del gobierno de Nueva España. En otras palabras, propuso la autonomía. El cabildo discutió el asunto el 15 y 16 de julio. Lo aprobó y acordó presentárselo al virrey en la siguiente reunión pública. Durante el debate, el regidor Azcárate mantuvo una frecuente e íntima comunicación, con el virrey.
El 19 de julio le presentaron la propuesta a Iturrigaray en una reunión. Ésta fue notable, entre otras cosas, porque a los regidores, que usaban sus uniformes de gala y llevaban las mazas de su cargo, los honraron con un saludo militar formal cuando entraron y salieron del palacio virreinal. Esta recepción desacostumbrada asombró y alarmó a la Audiencia. Después de que los principales caballeros de la ciudad se reunieron en presencia del virrey, Azcárate leyó públicamente la propuesta, del cabildo de la ciudad. Dijo: ‘Esta nobilísima ciudad, por sí y a nombre del público ocurre a V. E. […] que se mantenga bajo su sabio justificado mando estos vastos dominios, en la dominación y representación del rey y [de la] dinastía’. El argumento principal era notable: una reafirmación precisa y clara de la soberanía conforme a la tradición española corporativa: ‘por su ausencia o [en caso de] impedimento [del rey] reside la soberanía representada en todo el reino y las clases que lo forman; y con más particularidad en los tribunales superiores que lo gobiernan, [y que] administran justicia, y en los cuerpos que llevan la voz pública’. El cabildo, que entre paréntesis era la más destacada de esas, corporaciones ‘que llevan la voz pública’, más tarde le pidió a Iturrigaray que convocara una junta con los ciudadanos más distinguidos para, que escuchara sus órdenes y dieran sus opiniones. En última instancia, se reuniría una asamblea representativa, compuesta por delegados de todas las ciudades. Después de la lectura pública, todos los regidores, poniendo sus manos sobre sus espadas, le juraron lealtad a Iturrigaray.
Los principales partidarios de este plan, que proponía crear una junta provisional para gobernar México, eran criollos. Azcárate, Primo Verdad y el marqués de Uluapa pertenecían al cabildo de la ciudad; otros partidarios del plan eran los nobles criollos: el marqués de Rayas, el conde de Medina, el conde de Regla; el oidor criollo Jacobo de Villaurrutia (nacido en Santo Domingo) era su más decidido partidario en las discusiones públicas. El ideólogo más radical de la autonomía era un desterrado peruano, el fraile Melchor de Talamantes, confidente del marqués, de Uluapa. Talamantes, aunque nunca mencionó el republicanismo en sus escritos, era el principal partidario de convocar a un congreso mexicano, que promovería reformas radicales, incluso se encargaría de abolir a la Inquisición y los tribunales del fuero eclesiástico, y promover el comercio libre, la minería, la agricultura y las reformas industriales. Este congreso asumiría una multitud de poderes, incluso el derecho de nombrar un virrey, y designar a las personas para cubrir todos los puestos civiles y eclesiásticos, manejar el tesoro, y enviar embajadores a Europa y a los Estados Unidos. El 28 de julio propuso este programa en un escrito titulado Congreso, nacional del reyno de Nueva España y lo dirigió al cabildo. Aunque Talamantes evidentemente representaba el criollismo radical, y aparentemente era partidario de la independencia total, no es evidente hasta qué punto tenía influencia en el cabildo.
El problema reside precisamente en cómo interpretar la propuesta de que hubiera una junta mexicana, y el papel que desempeñaría Iturrigaray en ésta. A los conservadores extremados les parecía un traicionero llamado a la independencia. La sola idea de la soberanía popular, aunque en forma limitada, les parecía una herejía. Cuando se realizó el juicio de residencia de Iturrigaray, todo mundo (con una sola excepción) atestiguó que esta proposición significaba la independencia. Cuando por primera vez se presentó el plan, la audiencia le informó a Iturrigaray que sería ilegal, a menos que la audiencia lo aceptara, lo cual no tenía intención de hacer, porque ‘sería tributar a V. E. honores de soberano’. El abogado Juan Martín de Juanmartineña expuso claramente las sospechas de los conservadores: ‘La íntima unión del Sr. Iturrigaray con la ciudad y la conformidad de sus medidas, nos hicieron creer que trataba de usurpar la soberanía de estos dominios y [declarar] su independencia de la metrópoli. No dudábamos de sus traidoras intenciones’. Después del derrocamiento del virrey, mucha gente –desde la Junta de Sevilla y su representante en la ciudad de México hasta la hermana del rey, Carlota Joaquina, esposa del príncipe regente del Brasil– dio un suspiro de alivio y felicitó a los enemigos de Iturrigaray por su habilidad para rescatar a Nueva España”.
Por la importancia de los acontecimientos de 1808, Guadalupe Jiménez Codinach coordina un curso de especialización, organizado por Fomento Cultural Banamex y el Departamento de Historia de la Universidad Iberoamericana (UIA), titulado El Bicentenario de la Invasión Napoleónica de España y sus Consecuencias en América. Este curso se celebra en el palacio de Valparaíso los martes y jueves de 16:00 a 19:00 h.
Dr. Roberto Melville (CIESAS-DF)
melville.ciesas@yahoo.com

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