Hace 200 Años

En historia de México de Lucas Alamán (vol. I, cap. 4, pp. 101-111) encontramos una apretada síntesis de cómo “la caída del trono español en 1808, conmovió hasta sus cimientos y arrastró en su ruina aun a las más remotas partes de la monarquía”. En efecto, este capítulo es una lección histórica del alcance y consecuencias de las conductas de los titulares de un gobierno al lidiar con las acechanzas de las potencias extranjeras y las pretensiones y ambiciones de aquellos notables que rodean al mandatario. Se trata de un periodo muy corto, de unos meses solamente, en el que se intensificaron las fricciones entre los poderosos, y la mala conducción de los asuntos públicos precipitaron el descrédito y la sustitución de los monarcas españoles. Las decisiones torpes y precipitadas tomadas al más alto nivel respecto a la presencia de un ejército invasor, las intrigas palaciegas, los favoritismos políticos, las abdicaciones, y la imposición de gobernantes extranjeros, una vez que se supo lo que estaba pasando, suscitaron un rechazo de los gobernados que emprendieron una reflexión y toma de conciencia acerca de las repercusiones que tendría todo aquello para las provincias de España para los territorios de ultramar.
El rey Carlos IV, inepto y flojo, había puesto su gobierno en manos de Manuel Godoy, quien según la voz pública tenía tratos deshonrosos con la reina María Luisa de Borbón. Godoy pretendía consolidar su ascenso mediante lisonjas y concesiones a Napoleón. Por ello, sus enemigos en la Corte española, junto con el príncipe de Asturias, Fernando, heredero de la Corona, identificaban a Godoy como un rival de cuidado.
Napoleón también sospechaba de la sinceridad del gabinete de Madrid. Y así habiendo establecido su dominio sobre las potencias del norte de Europa con la firma de la paz de Tilsit en 1807, se propuso asegurar también la sumisión de los reinos de Portugal y España. Por supuesto, tomó ventaja de las divisiones en la realeza española. En primer lugar, envió tropas francesas para que ocuparan la capital de Portugal. Cuando éstas arribaron, la familia real portuguesa ya había abandonado el reino embarcándose hacia Brasil. Al ver el territorio español ocupa­do por tropas francesas que se encontraban a muy pocas leguas de Madrid, Godoy vio desvanecidas sus expectativas políticas. Y precipitadamente pretendió poner a salvo a la familia real española, trasladándola a Sevilla mientras ultimaba los preparativos para embarcarla hacia la Nueva España, siguiendo el ejemplo de portugal. En opinión de Lucas Alamán, dicho proyecto habría favorecido que “la independencia de Méjico se hubiera hecho sin violencia, ni sacudimientos como ocurrió en el Brasil”, pero bastaba que el proyecto lo encabezara Godoy para que fuera mal visto,­ y despertara todo tipo de sospechas palaciegas y la resistencia popular. Tal malestar contra Godoy se manifestó en el mitin popular de Aranjuez. El rey tuvo que negar que planeara dicho viaje a América. Pero un nuevo brote de violencia condujo no sólo a la destitución de Godoy, sino a la abdicación del rey Carlos IV, proclamándose como nuevo soberano a Fernando VII. Estas noticias despertaron el entusiasmo popular, sin reparar en la debilidad de carácter del joven soberano.
Napoleón había deseado que los reyes hubieran abandonado España para que sus tropas tuvieran carta blanca, como había ocurrido en Portugal. Pero al ver frustrado tal desenlace por la revuelta de Aranjuez, sus tropas ocuparon Madrid al mando de su cuñado, José Murat, quien se empeñó en debilitar a la familia real, intrigando para que Carlos IV se incon­formara en contra de su abdicación, y retrasando el reconocimiento de Fernando VII. Todo el mes de abril de 1808 fue un mes de incertidumbre. Murat persuadió a toda la familia real para que saliera de España hacia Bayona para reunirse con Napoleón. El pueblo de Madrid indignado empuñó las armas para resistir tales manipulaciones del invasor para con sus gobernantes, lo que provocó una atroz represión de parte de las tropas francesas a principios de mayo, trágicos sucesos registrados en célebres pinturas de Goya.
En Bayona se consumaron las manipulaciones y las intrigas. Acosado por los insultos de otros miembros de la casa real, y por débil tempramento, Fernando VII abdicó a favor de Napoleón. José Murat, gobernante de facto en España concertó en Bayona a un congreso o junta de notables, para así darle visos de legitimidad al nombramiento de José Bonaparte como nuevo rey de España.
Todas estas manipulaciones de la legalidad, las intrigas y violencia a las que la Corona de España y las Indias fue sometida, hirieron el orgullo de los súbditos y suscitaron una indignación general. El entusiasmo por el joven rey Fernando era extremo e imperturbable, a pesar y sin percatarse de la enorme debilidad con la que se condujo durante los acontecimientos. Consecuentemente, todas las provincias de España, casi al unísono, sin acuerdo previo, se manifestaron a fines de mayo y principios de junio en contra de la usurpación. Se instalaron juntas provinciales que se autoproclamaron como depositarias de la soberanía, llamadas a imaginar y trazar una ruta para conducirse en el inusitado contexto de la usurpación.
De la llegada diferida de estas perturbadoras noticias a América, nos ocuparemos en la próxima entrega.

Dr. Roberto Melville (CIESAS-DF)
melville.ciesas@yahoo.com

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