Cinemantropos

Vaniglia e cioccolato (Italia, 2004)
La película que hoy les recomiendo es de las más intrigantes que he visto en el último año, juzgue usted. Si no la ha visto y prefiere no enterarse del final, le sugiero postergar la lectura de estas líneas.
Penélope es una pianista muy bella y talentosa. Está casada con Andrea, un periodista también muy bello y ta­len­toso, con quien ha procreado tres hijos. Andrea practica la infidelidad como deporte, Penélope se hace de la vista gorda. Un buen día, harta de la situación,­ lo aban­dona dejándolo a cargo del hogar y corre a refugiarse a casa de sus abuelos.
Penélope recuerda sus años mozos y entre cada flashback nos enteramos de que tuvo un amorío con un pintor, un par de años atrás. Al igual que los prota­gonistas, el pintor es bello y talentoso (además de millonario), idéntico al bailarín de flamenco Joaquín Cortés (será porque el personaje es interpretado por el propio Cortés).
Por si tanto estereotipo no fuese suficiente, aún hay lugar para más. Sabre­mos que durante el affaire, el pintor se enamora perdidamente de Penélope y le pide que se casen, tengan un hijo y vivan felices junto con los tres vástagos de su matrimonio con Andrea. Penélope­ se niega y vuelve a los brazos de su marido, justo a tiempo para que él la engañe por enésima vez (es aquí donde inicia el “presente” a partir del cual se na­rra la his­toria).
La opera prima de Ciro Ippolito, adap­tación de la novela homónima de Sveva Casati Modigliani, me pareció enigmática por varias razones. Nunca entendí por qué Penélope no aceptó la impecable oferta del pintor y prefirió regresar con el marido que le ponía cuernos, para después dejarlo de nuevo, para des­pués volver con él. No lo entiendo, pero reconozco que esta convención en torno al romance histérico es tan arraigada, que cualquier persona adivinará cómo termina la película apenas haya comenzado, con independencia de que alguna vez haya experimentado algo semejante.
“Si no se sufre, uno siente que no ha vivido”, dice la abuela de Penélope en uno de sus tantos recuerdos, hacien­do evidente la importancia de la genealogía en la preservación de estas creencias.
Mientras que esperamos posibles res­­puestas de la Antropología del amor, bas­­te con decir que el cine, una vez más, pone en evidencia las pautas conductuales que considera valiosas y deseables (al menos en el mundo de la novela rosa), sa­cando nuestros trapitos al sol.
Podrá encontrar esta película en los canales de renta y venta de costumbre.

Karla Paniagua Ramírez
Egresada de la Maestría en Antropología Social
kpaniagua@hotmail.com

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