Hace 200 Años

Esta es la tercera entrega del ejercicio de reflexión propuesto sobre los acontecimientos que paulatinamente nos fueron conduciendo hacia la Independencia de España, como idea y como proceso social. Volveremos a las páginas del volumen 5 de la Historia de América Latina editada por Leslie Bethell (Ed. Crítica/Cambridge University Press, Barcelona 1992). En el capítulo dedicado a la Independencia del Brasil encontramos este pasaje sobre la huida de la casa real portuguesa hacia su colonia en América. Napoleón está empeñado en cerrar las puertas del continente europeo al comercio británico. En este mismo mes, pero hace 200 años, envió a sus tropas para someter a los portugueses a su imperio. El rey de Portugal escapa y se produce algo insólito, la colonia y la metrópoli intercambian sus respectivos papeles. ¿Astucia o deserción? y ¿cuáles serán las consecuencias de este singular suceso para Brasil, Portugal, y el resto de Hispanoamérica?

Fue después de Tilsit (el 25 de junio de 1807) cuando Napoleón tomó finalmente la determinación de consolidar el régimen continental que había diseñado para destruir el comercio británico con Europa. El 12 de agosto de 1807, Napoleón emitió un ultimátum al ministro de Asuntos Exteriores portugués, Antonio de Araujo de Azevedo: el príncipe regente debía cerrar sus puertos a los barcos ingleses, encarcelar a los ingleses residentes en Portugal y confiscarles sus propiedades, o afrontar las consecuencias de una invasión francesa. Por un lado, si dom Joao cedía ante las amenazas francesas, George Canning, secretario de Asuntos Exteriores británico, a través de Percy Clinton Sydney Smythe –sexto conde de Strangford, un joven noble irlandés a cargo de la legación de Lisboa en ese momento–, amenazó con capturar y destruir la flota naval y mercantil en el Tajo (como ya había destruido en septiembre la flota danesa en Copenhague) y apoderarse de las colonias de Portugal, incluyendo Brasil, mientras que, por otro lado, Canning prometió renovar los compromisos británicos de defender la Casa de Braganza y sus dominios contra ataques externos si el príncipe regente se mantenía firme. Y mediante un acuerdo secreto de octubre de 1807, Canning ofreció protección británica en el evento de que el príncipe regente decidiera retirarse temporalmente a Brasil. Desde el punto de vista británico, esto sería lo más satisfactorio: no sólo se lograría mantener así a la corte portuguesa y su flota, y para el efecto Brasil, lejos del alcance de Napoleón, sino que también podría esperarse que Brasil se abriera directamente al comercio británico, en un momento crítico en el que los productos británicos habían sido excluidos de Europa y se les amenazaba con excluirseles de Norteamérica, y los mercaderes británicos habían sufrido recientemente lo que parecía un duro revés en el Río de la Plata (la derrota de la invasión británica de 1806-1807). Brasil era de suyo un importante mercado; también era un camino conveniente hacia Hispanoamérica. Por algún tiempo, dom Joao intentó satisfacer a Napoleón mediante la adopción de algunas medidas antibritánicas sin enemistarse del todo con Gran Bretaña para evitar así una alternativa agonizante. A comienzos de noviembre, sin embargo, dom Joao tuvo conocimiento de que el general Junot había partido de Bayona con 23 000 hombres y se dirigía hacia Portugal. El 16 de noviembre, Gran Bretaña cerró el cerco cuando una flota británica, bajo el mando del almirante real sir Sidney Smith, arribó al Tajo. El 23 de noviembre se recibieron noticias de que cuatro días antes el ejército francés había cruzado la frontera portuguesa con España y que sólo se encontraba ahora a cuatro días de marcha forzada de Lisboa. Al día siguiente, dom Joao tomó la decisión de abandonar el reino que no podía conservar a no ser como vasallo de Francia (en efecto, la supervivencia de la Casa de Braganza estaba puesta en serias dudas), y retirarse, cruzando el Atlántico, a su colonia más importante. Para la población local, la decisión de trasladar la corte a Brasil fue una cobarde deserción, una fuga desordenada e ignominiosa, un sauve-qui-peut. Es evidente que dom Joao se vio forzado a ello, y hubo elementos de confusión, incluso de farsa. Pero, como se ha visto, fue también una maniobra política inteligente, muy premeditada, y planeada con cuidado durante el intervalo entre el ultimátum de Napoleón y la invasión de Junot. Entre la mañana del 25 de noviembre y la tarde del 27 de noviembre, de diez a quince mil personas –el príncipe regente dom Joao y una docena de miembros de la familia real (incluyendo su madre, la demente reina María, su esposa la princesa Carlota Joaquina, hija de Carlos IV de España, sus hijos dom Pedro, de 9 años, y dom Miguel), los miembros del Consejo de Estado, ministros y consejeros, jueces de la corte suprema, funcionarios del Tesoro, los altos rangos del ejército y la marina, la jerarquía de la Iglesia, los miembros de la aristocracia, burócratas, profesionales y hombres de negocio, varios centenares de cortesanos, sirvientes y pegotes, una brigada armada de 1 600 hombres y una miscelánea de ciudadanos que por varios medios lograron conseguir pasaje– se embarcaron en el buque insignia Príncipe Real, en otros ocho navíos de línea, ocho barcos de guerra más pequeños y treinta veleros mercantes portugueses. También iba a bordo parte del tesoro real –platería, joyas, dinero constante, y toda clase de bienes muebles–, los archivos del gobierno, en efecto todos los avíos del gobierno, una imprenta y varias bibliotecas, incluyendo la Biblioteca Real de Ajuda, la que serviría de base para la Biblioteca Pública, más tarde Biblioteca Nacional, de Río de Janeiro. Tan pronto como los vientos fueron favorables, el 29 de noviembre (el día anterior a la llegada de Junot), los barcos levantaron anclas, descendieron por el Tajo e iniciaron la travesía del Atlántico hacia Brasil escoltados por cuatro navíos de guerra británicos. Un jefe de Estado europeo, con toda su corte y con todo su gobierno, se encontraba emigrando a una de sus colonias; fue un acontecimiento único en la historia del colonialismo europeo. Aunque exagerando mucho el papel que él y el almirante sir Sidney Smith habían representado en persuadir a dom Joao para que se marchara (el príncipe regente ya se encontraba a bordo cuando se le ofreció el auxilio británico), lord Strangford escribió, no exento de razón, “yo le he dado a Inglaterra el derecho de establecer con Brasil la relación de soberana y súbdito, y de exigirle la obediencia que debe como precio de la protección”. El viaje fue una pesadilla…” [Pero del arribo a Río de Janeiro de la corte portuguesa nos ocuparemos posteriormente]

Otras lecturas: “Tropical Versailles: Empire, Monarchy, and the Portuguese Royal Court in Rio De Janeiro, 1808-1821” escrito por Kirsten Schultz, y reseñado en The Hispanic American Historical Review, vol. 84, núm. 1, (feb., 2004), pp. 148-149.
Dr. Roberto Melville
Invvestigador del CIESAS-DF
melville.ciesas@yahoo.com

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