Hace 200 Años

El mes anterior inicié un programa de lecturas sobre acontecimientos entrelazados que desembocaron en la independencia de Hispanoamérica. Luego de la independencia haitiana, ya mencionada, vamos ahora a la América del Sur. En 1806 y 1807 los británicos intentaron dos veces ocupar militarmente el estuario del Río de la Plata. En ambas ocasiones los ingleses tropezaron con una tenaz resistencia local, teniendo que rendirse y abandonar sus pretensiones de ocupación por la fuerza.
Luego de la independencia de los Estados Unidos y de la pérdida de sus colonias en Norteamérica, a Inglaterra le urgía comerciar libremente con las colonias de España y Portugal. No estaba claro cómo hacerlo, si mediante la ocupación armada o sólo mediante incentivos de orden económico y político. Entre tanto, las manufacturas se apilaban en los centros industriales británicos. Napoleón, empeñado, cerraba el continente europeo a las exportaciones británicas. Incluso el patriota venezolano Francisco Miranda había convencido a ciertos políticos en Londres de la viabilidad de la intervención militar británica para apoyar las aspiraciones latinoamericanas de libertad.
No obstante tales auspicios, la expedición militar hacia el puerto de Buenos Aires partió del Cabo de la Buena Esperanza sin la autorización correspondiente. El capitán Pophan, luego de conquistar la colonia holandesa, persuadió a sus superiores inmediatos de utilizar la flota anclada en la bahía para asaltar por sorpresa al puerto de Buenos Aires. El general Beresford, al mando de la expedición, desembarcó en Quilmas en junio de 1806 y sus tropas se apoderaron de Buenos Aires durante mes y medio. El virrey Sobremonte puso a salvo su pellejo y el tesoro huyendo hacia Córdoba. Entre tanto una reacción inesperada por los invasores se produjo y milicias populares, integradas por diversos segmentos de la población, al mando de Santiago Liners, español de origen francés, lograron la rendición del enemigo en agosto de 1806, tomando a muchos prisioneros.
Los británicos enviaron refuerzos. En junio de 1807, el general Whitelocke desembarcó en la ensenada de Barragán, al sur de Buenos Aires y en la batalla del Miserere a las afueras de la urbe logró dispersar a las tropas locales. Pero cuando los británicos intentaron tomar la capital del Virreinato el 5 de julio, el alcalde Martín de Alzaga acaudilló una vigorosa defensa con los habitantes y fuerzas militares atrincherados en azoteas y calles, forzando así a los invasores a rendirse, luego de cuantiosas pérdidas. La rendición estipulaba el desalojo de posiciones inglesas en la margen oriental, hoy territorio del Uruguay, para septiembre de 1807. Las consecuencias ideológicas y prácticas de esta doble desafortunada aventura británica y de la resistencia y victoria local son múltiples, y se irán manifestando en de nuestra historia. Por lo pronto, el virrey Sobremonte fue destituido por su cobardía y sustituido por Santiago de Liniers. En otras latitudes se tomaron previsiones contra otro ataque sorpresa británico. Tal es el caso del acantonamiento de tropas en Jalapa, Veracruz, ordenada por el virrey de la Nueva España, José de Iturrigaray.
Para concluir citaré un fragmento de la nota aparecida en The Times, informando al público inglés de la derrota sufrida por sus tropas en Río de la Plata:

El ataque de acuerdo al plan preestablecido, se llevó a cabo el 5 de julio, y los resultados fueron los previsibles. Las columnas se encontraron con una resistencia decidida. En cada calle, desde cada casa, la oposición fue tan resuelta y gallarda como se han dado pocos casos en la historia. La consecuencia fue que el plan de operaciones se frustró.
El comandante en jefe parece haber estado en la más perfecta ignorancia tanto acerca de la naturaleza del país que debía atravesar, como sobre el monto y el carácter de la resistencia que debía esperar. Con el propósito, suponemos, de evitar un encuentro molesto desembarca a treinta millas del lugar donde debía operar, prosigue su marcha a través de un recorrido lleno de pantanos, cortado por riachuelos y finalmente, con un ejército jadeante y exhausto se asienta frente a una plaza fortificada enteramente, en la cual según el tenor de su despacho, llovían sobre él metrallas desde todas las esquinas y desde los techos de todas las casas, mosquetazos, granadas de mano, ladrillazos y piedras.
Este ha sido un asunto desgraciado de principio a fin. Los intereses de la nación, así como su prestigio militar, han sido seriamente afectados. El plan original era malo, y mala la ejecución. No hubo nada de honorable o digno de él; nada a la altura de los recursos o el prestigio de la nación. Fue una empresa sucia y sórdida...
¿Cómo podría esperarse que estuvieran con nosotros las manos o los corazones del pueblo, si los primeros que ocuparon la ciudad se mostraron menos ansiosos de conciliarse con los habitantes que de colocar fuera de peligro el botín obtenido? Había un vicio radical en el plan original, que ninguna empresa posterior pudo remediar. Si los desautorizados promotores del primer desembarco hubieran dispuesto de una fuerza igual a la que ha sido ahora expulsada de Buenos Aires, el país podría estar en este momento en nuestras manos. [The Times, 14 de septiembre de 1807, pág. 3].

Otras Lecturas: Tulio Halperin Donghi, “Revolutionary Militarization in Buenos Aires 1806-1815” en Past and Present, núm. 40 Jul., 1968, pp. 84-107; y la reseña de Fuga del General Beresford, 1807, escrito por Enrique Williams Alzaga en The Hispanic American Historical Review, vol. 47, feb. 1967, pp. 103-104. [JSTOR]

Dr. Roberto Melville
Investigador del CIESAS-DF
melville.ciesas@yahoo.com

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