REvistas

Ciencia y desarrollo, vol. 33, núm. 203, enero 2007

El mes pasado, la comunidad ciesas recibió la visita del director general del Conacyt, Juan Carlos Romero Hicks, acompañado por Alejandro Mungaray Lagarda, director adjunto de Gru­pos y Centros de Investigación. Ambos acudieron para escuchar las intervenciones tanto de autoridades, como de integrantes de la institución acerca de las actividades que se realizan en el CIESAS como de los recursos que se necesitan para llevarlas a cabo. En este contexto tomé la palabra para proponer como el reto más relevante para esta nueva administración del Conacyt, y conjuntamente para toda la comunidad científica, la de definir qué tipo de ciencia y tecnología debemos fomentar y practicar en México.
Sabemos que existen en el mundo grandes centros hegemónicos donde se producen importantes innovaciones en diversos campos de la ciencia y la tecnología. Estos núcleos del desarrollo de la ciencia gozan de un prestigio irreflexivo y hay una predisposición cultural generalizada para pensar que lo que es bueno para los países desarrollados, también lo será para aquellos países que podríamos designar sin ninguna intención denigrante como países pobres o subdesarrollados. Estos últimos están urgidos de dar grandes saltos en el progreso humano; esperan poder aligerar el lastre que representan la pobreza, el analfabetismo y las formas de sumisión política. En este contexto hay innegables riesgos al adoptar recomendaciones científicas y paquetes tecnológicos que resultan inapropiados para las condiciones específicas de un país.
A manera de ejemplo podemos citar el caso de la política del manejo de las aguas que se adoptó para México en 1992. Las autoridades de entonces tomaron como modelo el manejo que se ha implantado en Francia, donde los usuarios de las aguas para diferen­tes fines son coordinados por funcionarios y técnicos hidráulicos en esquemas geográficos de cuencas fluviales. Los funcionarios de estos consejos de cuenca coordinan a los titulares de los derechos de las aguas para conducirlos a un uso racional y eficiente de las aguas.
No hay duda de que Francia juega un papel ejemplar en el manejo de sus recursos hídricos, pero la adopción del modelo francés en cualquier país debe tomar como referente básico la geografía, el clima, el progreso técnico en ese ramo, pero igualmente deben tomarse en cuenta aspectos históricos y culturales. Hay una variable crucial para comprender la dificultad de transferir el modelo francés a México y ésta es la tradición jurídica. En Francia, el árbitro entre los usuarios no es, como en México, juez y parte. En México, el agua pertenece a la nación y corresponde al gobierno asignar derechos de uso a los particulares y conglomerados sociales. Y precisamente por ello, es prácticamente imposible que la instancia responsable de la administración del agua pueda jugar un papel de árbitro imparcial, pues es al mismo tiempo parte interesada en cualquier controversia hídrica.
Por esta razón, los gobiernos de los estados que participan en la gestión de las aguas en los consejos de cuenca han visto la necesidad de crear comisiones estatales del agua, con competencia para generar información confiable sobre la materia y su aplicabilidad a las condiciones regionales específicas de dichas entidades federativas.
Esta situación es una analogía aplicable a la necesidad de fortalecer los centros de investigación en México, de buscar la integración entre las variables tecnológicas y las culturales. Estos centros deberían jugar un papel estratégico en la reflexión crítica acerca de qué tipo de ciencia y tecnología es la que necesitamos en México.
En este contexto de reflexión sobre las tareas que tenemos por delante, el primer número de 2007 de la revista Ciencia y Desarrollo resulta extraordinariamente sugerente. Se aborda el problema del conocimiento tal como es tratado por las neurociencias con una perspectiva “transdisciplinaria”. Los lectores encontrarán en los cinco textos dedicados a este eje temático que la cultura es una de las claves de este enfoque que articula diversas disciplinas. Por ejemplo, Cimena Chao Rebolledo, profesora de psicología de la Universidad Iberoamericana afirma en su artículo “Cultura y cognición” que “las capacidades cognitivas que caracterizan nuestra especie surgen de la compleja relación que mantiene nuestra neurobiología con el entorno cultural”. El proceso cognitivo resultará afectado por el contexto cultural tanto porque prestamos atención a distintas partes del entorno, como porque favorecemos ciertas pautas de organización social y no otras y privilegiamos unas herramientas del conocimiento en vez de otras.
Es este género de interacción entre el entorno cultural, social y político que los artículos subrayan en la comprensión de los procesos cognitivos una de las premisas que deberán orientar nuestra reflexión sobre el tipo de ciencia y tecnología que corresponden al México en el contexto actual. ¿En qué medida nuestro entorno cultural fomenta una disposición a la innovación en materia de ciencias y tecnologías, o a la adopción acrítica de desarrollos foráneos?

Roberto Melville
Investigador del CIESAS-DF
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melville.ciesas@yahoo.com

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