Permítame volver a hacer de este espacio una tribuna para confesarles que recién vi la opera prima de Steven Soderbergh: estoy segura de que el realizador esperó con paciencia estos 18 años para que hoy pudiésemos rescatar el interesante dilema antropológico que en ella nos propone.
Ann Mullany es una mujer dedicada al cuidado compulsivo de su hogar y al cultivo de su propia depresión. Está casada con John, un exitoso abogado que además de darse la gran vida, se da tiempo suficiente para engañar a Ann con su hermana menor, Cynthia. Ann ama a John pero no disfruta el sexo con él; John ama a Ann pero prefiere tener sexo con Cynthia; ésta última no ama a nadie… y así sucesivamente.
Este esquema tan (dolorosamente) común se ve interrumpido por la llegada de Graham, un antiguo amigo de John que realiza un proyecto de video. El proyecto consiste en grabar a mujeres que narran sus experiencias sexuales; Graham las registra y después observa el material a solas para erotizarse.
La presencia de Graham (de él y su cámara) hace efervescer las emociones hasta ese momento contenidas. Él graba a las informantes que voluntariamente desnudan su historia, siguiendo el mismo principio de contrato simbólico que se genera durante un proceso de antropología visual convencional (¡salvo porque el uso que se le da al material registrado dista mucho del que Graham tiene en mente!).
Pese a las diferencias diametralmente opuestas entre el experimento erótico de Graham y la aproximación científica de un antropólogo en el campo, ambas experiencias confluyen en dos hechos fundamentales: por una parte, la mirada hace del informante un “otro” y la cámara acentúa esta distancia; por otra, el antropólogo es un individuo ajeno al contexto (aun cuando provenga de la misma cultura de origen) y con el simple hecho de observar, trastoca el ritmo “normal” de los hechos, haciendo de su propio insight un acontecimiento. Para hacer más grande nuestra desventura, pocos antropólogos se parecen a James Spader. Juzgue usted si no tenemos una vocación trágica.
Por otra parte, no deja de ser notorio que en su momento esta película se anunciaba como una comedia y también como un thriller erótico… sin duda alguna el régimen escópico se transforma con los años, porque no me pareció ni una cosa ni la otra.
Esta película se ha ganado a pulso la categoría de cine de culto. Es muy fácil de encontrar en renta o venta, no deje de verla.
Ann Mullany es una mujer dedicada al cuidado compulsivo de su hogar y al cultivo de su propia depresión. Está casada con John, un exitoso abogado que además de darse la gran vida, se da tiempo suficiente para engañar a Ann con su hermana menor, Cynthia. Ann ama a John pero no disfruta el sexo con él; John ama a Ann pero prefiere tener sexo con Cynthia; ésta última no ama a nadie… y así sucesivamente.
Este esquema tan (dolorosamente) común se ve interrumpido por la llegada de Graham, un antiguo amigo de John que realiza un proyecto de video. El proyecto consiste en grabar a mujeres que narran sus experiencias sexuales; Graham las registra y después observa el material a solas para erotizarse.
La presencia de Graham (de él y su cámara) hace efervescer las emociones hasta ese momento contenidas. Él graba a las informantes que voluntariamente desnudan su historia, siguiendo el mismo principio de contrato simbólico que se genera durante un proceso de antropología visual convencional (¡salvo porque el uso que se le da al material registrado dista mucho del que Graham tiene en mente!).
Pese a las diferencias diametralmente opuestas entre el experimento erótico de Graham y la aproximación científica de un antropólogo en el campo, ambas experiencias confluyen en dos hechos fundamentales: por una parte, la mirada hace del informante un “otro” y la cámara acentúa esta distancia; por otra, el antropólogo es un individuo ajeno al contexto (aun cuando provenga de la misma cultura de origen) y con el simple hecho de observar, trastoca el ritmo “normal” de los hechos, haciendo de su propio insight un acontecimiento. Para hacer más grande nuestra desventura, pocos antropólogos se parecen a James Spader. Juzgue usted si no tenemos una vocación trágica.
Por otra parte, no deja de ser notorio que en su momento esta película se anunciaba como una comedia y también como un thriller erótico… sin duda alguna el régimen escópico se transforma con los años, porque no me pareció ni una cosa ni la otra.
Esta película se ha ganado a pulso la categoría de cine de culto. Es muy fácil de encontrar en renta o venta, no deje de verla.
Karla Paniagua Ramírez
Egresada de la Maestría
en Antropología Social (CIESAS-DF)
Profesora de la Universidad
del Claustro de Sor Juana
kpaniagua@hotmail.com
Egresada de la Maestría
en Antropología Social (CIESAS-DF)
Profesora de la Universidad
del Claustro de Sor Juana
kpaniagua@hotmail.com
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