Cinemantropos

Apocalypto (eua, 2007)

¿Para qué enumerar por enésima vez el amasijo de anacronis­mos que componen esta película si ya nos dimos por enterados? Sabemos que la comunidad antropológica internacional se infartó y a la comunidad arqueológica le dio el soponcio con esta película; ciertamente, era labor de estos estudiosos­ hacer notar que Mel Gibson no sabe nada de historia de Me­so­américa. Con este entendido en mente, les propongo que exploremos otros aspectos del filme que hoy les invito a revisar.
Apocalypto narra la aventura de Pata de Jaguar, un aldeano joven, noble, amoroso, trabajador y atlético, quien vive su vida apaciblemente, en compañía de su mujer (embarazada) y su pequeño hijo. La vida de estos personajes se ve perturba­da por una banda de ladillosos que destruyen las aldeas y secuestran a sus habitantes para sacrificarlos.
Dado que la estructura narrativa de esta película está pautada por el melodrama, hemos de reconocer que sus pretensiones no son realistas. En escena veremos a personajes pola­rizados que encarnan la permanente lucha del bien contra el mal, misma que en este caso se desarrolla en un ambiente maya-gore.
Encuentro de lo más interesante el hecho de que esta bipar­tición del mundo dada por el melodrama trae consigo otro sesgo de corte ecológico: rurales versus urbanos. Los habitan­tes del campo son buenos e inocentes, los habitantes de la ciudad son sanguinarios y perversos. El campo (en realidad, la selva) es apacible y verde, la ciudad es turbulenta y gris. En el campo las personas conviven en armonía, en la ciudad­ las personas viven apelotonadas y realizan rituales espeluznantes (al menos en lo que respecta al tratamiento de la película).
La fábula ecológica de la ciudad como nodo de malevaje y destrucción nos es muy conocida, sobre todo para quienes vivimos en centros urbanos con esas características. En ese sentido, Apocalypto sugiere una idea contemporánea que al contextualizarse en el minuto previo a la llegada de los coloni­zadores a América, se transforma en una provocación: la mutua exclusión del campo y la ciudad, de los gentiles y los vulgares, es precortesiana.
La idea es notable porque a veces se olvida que fenómenos como el mestizaje, la corrupción y otras tantas prácticas que al menos “de dientes para afuera” llegamos a denostar como si fuesen atributos impuestos por seres alienígenas, comen­zaron antes de la Conquista. No sé por qué, pero pensar en esto me produce un alivio tremendo.
Les invito a revisitar esta película (o verla por primera vez, según el caso) para encontrar en ella no un ejercicio impecable de cinematografía, sino un sesgo ideológico que persiste en los discursos que oponen la vida del campo con la vida de la ciudad de manera melodramática.
Karla Paniagua
Egresada de la Maestría en Antropología Social (CIESAS-DF)
Profesora de la Universidad del Claustro de Sor Juana
kpaniagua@hotmail.com

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