Ingresan investigadores del ciesas como nuevos miembros regulares.
La Academia Mexicana de Ciencias (AMC) celebró el 16 de mayo pasado el inicio de su XLVIII año de actividades con una ceremonia que incluyó la bienvenida a los académicos que ingresan como miembros regulares, entre los que se encuentran cuatro investigadores del CIESAS, los doctores Lourdes de León Pasquel, Carmen Ramos Escandón, Teresa Sierra Camacho y Ricardo Pérez Montfort (todos CIESAS-DF).
En presencia del Mtro. Juan Carlos Romero Hicks, director general del Conacyt, el presidente de la AMC, Juan Pedro Laclette, señaló que es preocupante notar que el discurso acerca de la importancia de la ciencia y la tecnología para el desarrollo del país y de la definición de una política de Estado en la materia se han convertido en partes del discurso retórico y políticamente correcto de gobernantes y legisladores, pero en los hechos “nada sucede”. “Hemos logrado que los políticos adopten nuestro discurso en pro de la educación, la investigación, el desarrollo y la innovación, pero ahora se trata de discutir el significado de esta política en términos de pesos y centavos, y que vaya más allá del 1% del PIB en los próximos 5 años”, señaló ante investigadores miembros de la AMC que se dieron cita en la Casa Tlalpan.
Laclette mencionó la disposición de la AMC para colaborar en la definición de las cifras presupuestales y de los objetivos a lograr en el Programa Especial de Ciencia y Tecnología, con grupos de trabajo multidisciplinarios.
El titular de la institución científica –que este año aumentó su número de miembros a 1 967 adscritos a todas las áreas del conocimiento, provenientes de 142 instituciones académicas instó a definir y analizar las cifras globales del presupuesto y sus porcentajes de incremento anual, así como distribuir cuánto se destinará a investigación básica, a desarrollo tecnológico y a innovación.
En respuesta, Juan Carlos Romero Hicks afirmó que se necesita pensar en una agenda nacional con una visión de país para los próximos 25 años, donde será indispensable la participación de los diferentes actores sociales involucrados. Anunció que en las próximas semanas se presentará el Plan Nacional de Desarrollo, del que derivarán programas sectoriales, regionales y especiales; uno de ellos es el Programa Especial de Ciencia, Tecnología e Innovación.
El titular de la dependencia acotó que el país debe reconocer que hace falta una mejor vinculación de actores, más formación de capital humano, más financiamiento, más sustentabilidad en las redes de ciencia y de tecnología, más infraestructura y mayor impacto en el ámbito social.
En la ceremonia, en la que la amc recibió a 68 nuevos miembros regulares y cuatro miembros correspondientes, el Dr. Ricardo Pérez Montfort (CIESAS-DF) habló en nombre de los miembros de nuevo ingreso. En su discurso señaló el compromiso que los investigadores deben tener con su entorno social particularmente en tiempos en que el gobierno federal ha minimizado los recursos para la ciencia. A continuación una parte del texto que el Dr. Pérez Montfort elaboró para la ocasión.
En un país cuyo gobierno recién inaugurado decide otorgarle a la ciencia y a la tecnología un presupuesto de 0.36% del PIB, o sea el presupuesto más bajo en los últimos 20 años, resulta difícil pensar que el formar parte del gremio científico pueda ser un privilegio. Más aún si, como nos sucedió a principios del presente, a los Centros Públicos de Investigación nos llegó la noticia de que sufriríamos un recorte de 30% en nuestros ya magros presupuestos. Si Estados Unidos destina 960 dólares por habitante a la ciencia y tecnología y España 400 dólares, pareciera quizás una burla que en México la cifra sea de apenas 20 dólares. No sólo es una clara muestra de la poca importancia que en los círculos de gobierno se le otorga a la ciencia, al conocimiento original y a la educación especializada, sino es quizá también una testificación de un lenguaje doble y por qué no decirlo, hipócrita. Si bien es cierto que apoyar a la ciencia y a la tecnología ya no es políticamente incorrecto en el discurso a veces críptico y a veces elemental de los miembros de los poderes nacionales, la verdad es que tal apoyo no se convierte en pesos y centavos. Como bien diría el Perogrullo político nacional: apoyo que no afecta al presupuesto corre claramente el riesgo de convertirse en demagogia o peor aún en esperanza truncada.
Aun así los científicos y los humanistas nos esforzamos porque la ciencia y la tecnología en México se eleve a niveles competitivos internacionales y es cierto que muchas veces lo logramos. Pero esto es claramente a pesar del olvido y el desdén gubernamental. Hace poco un miembro de esta Academia y colega, el Dr. Alberto Aziz [CIESAS-DF], se preguntaba “¿Cuál es la lógica de tener más becarios, más graduados, si las instituciones en donde se forman no van a poder pagarles el sueldo a los profesores, si todas estas instituciones no tendrán recursos ni para pagar la luz y el teléfono?”. Ante esta situación reitero que formar parte de una institución como ésas que vive en esas circunstancias– el sentirse privilegiado ya parece no sólo una referencia a un pasado lejano sino que hoy nos resulta digno de revisarse. No estoy tan seguro de que entre nosotros tengamos más neuronas, lo que sí creo es que hay mucha más capacidad para usarlas en beneficio de los demás.
Cierto que para algunos el formar parte de un gremio o de un cenáculo, incluso de alguna “mafia” pudiera significar privilegios y beneficios múltiples. Me temo que si es así, en la ciencia y la tecnología mexicanas de hoy, actuar como privilegiados va exactamente en sentido contrario a lo que podríamos considerar como una especie de misión histórica que tiene todo hombre de ciencia y de humanidades, y que es el compromiso con su entorno social. Si los círculos gubernamentales desdeñan los espacios de creación e innovación, de investigación y de educación, toca a éstos, desde mi punto de vista, el ir ocupando cada vez más los lugares en la crítica y en la posible independencia de criterios y normatividades, a partir del conocimiento y la vinculación con los problemas de la sociedad a la que pertenecemos. Ante el desprecio gubernamental cierto es que hay que cerrar filas, pero no de exclusión ni de obtención de favoritismos, sino para saber más sobre nosotros mismos, sobre los demás y así poder interaccionar de manera más comprometida y positiva con los medios externos.
Creo que la Academia Mexicana de Ciencias va mucho más en el camino de esa interacción que en la búsqueda de obtener mejorías para unos cuantos. Si es cierto que sus actividades “están orientadas a desarrollar y consolidar una cultura científica en la sociedad” y que hasta ahora, dicho sea de paso, se ha ponderado sobre todo la divulgación y la difusión de la ciencias duras y naturales, y no tanto así las de las sociales, políticas o humanísticas, no me cabe la menor duda que desde la propia Academia bien se podría apuntalar el llenado de los espacios que estos últimos gobiernos neoliberales han estado abandonando. No se trata sólo de “eficientar” o de sólo hacer “investigación pertinente” según los cánones imperantes entre autoridades de ciencia y tecnología de reciente cuño. Más bien se trata de contribuir para que se trascienda este estado de desdén y, por qué no decirlo, de improvisación y de supuesta planeación económica que sólo ve metas que tengan alguna referencia estadística. La propia Academia es, me parece, uno de los espacios idóneos para poder inventar los caminos que lleven a que las ciencias y las humanidades se vayan integrando a los proyectos de desarrollo del país con el claro interés de un beneficio social y no sólo de algunas minorías privilegiadas. Me pregunto ¿de qué sirve que mantengamos a nuestras instituciones y nuestras investigaciones sin capacidad de relevo y sin considerar a las siguientes generaciones que deberán sustituirnos, ya no a tan largo sino más bien a corto y a mediano plazo? En las actuales circunstancias en que la política gubernamental en materia científica y humanística excluye claramente a las nuevas generaciones, es quizás desde la Academia que podamos sensibilizar tanto a la sociedad como a ciertos sectores del régimen para que propicien la integración de estos jóvenes con el obvio beneficio social y económico que pueden significar en tiempos venideros. Cierto es que la Academia Mexicana de Ciencias ya pone su granito de arena en este sentido con sus programas de apoyo a la docencia, de promoción y divulgación de la ciencia, y de iniciación en la investigación. Aun así me parece que el compromiso con los jóvenes de este país requiere de esfuerzos mucho mayores sobre todo de los programas de gobierno, pero también de los centros de educación superior, los centros de investigación y las academias.
También toca quizás romper un poco las dinámicas de la competencia y de la eliminación de contrarios, que desde luego han fortalecido la noción clásica de “academia”, esto es, según María Moliner: “una corporación oficial formada por determinado número de hombres eminentes en los correspondientes campos de la ciencia y el arte, que realizan colectivamente determinadas actividades en relación con su respectiva especialidad”, definición que hoy suena un poco acartonada y vieja. Quizás habría que subrayar la connotación colectiva de nuestra actividad y ampliarla a una colectividad social, a un espacio mucho más amplio que nos vaya incorporando cada vez más como parte integral de sí mismo.
Así, formar parte de la Academia Mexicana de Ciencias se convierte en un honor que vale siempre y cuando esté al servicio, no de la ciencia o de las humanidades mismas, mucho menos al servicio de gobiernos o instituciones, sino de la sociedad y de los hombres y las mujeres concretos de este país. Ojalá y podamos transitar juntos, colectivamente comprometidos, por ese camino.
Dr. Ricardo Pérez Montfort
Investigador del CIESAS-DF
La Academia Mexicana de Ciencias (AMC) celebró el 16 de mayo pasado el inicio de su XLVIII año de actividades con una ceremonia que incluyó la bienvenida a los académicos que ingresan como miembros regulares, entre los que se encuentran cuatro investigadores del CIESAS, los doctores Lourdes de León Pasquel, Carmen Ramos Escandón, Teresa Sierra Camacho y Ricardo Pérez Montfort (todos CIESAS-DF).
En presencia del Mtro. Juan Carlos Romero Hicks, director general del Conacyt, el presidente de la AMC, Juan Pedro Laclette, señaló que es preocupante notar que el discurso acerca de la importancia de la ciencia y la tecnología para el desarrollo del país y de la definición de una política de Estado en la materia se han convertido en partes del discurso retórico y políticamente correcto de gobernantes y legisladores, pero en los hechos “nada sucede”. “Hemos logrado que los políticos adopten nuestro discurso en pro de la educación, la investigación, el desarrollo y la innovación, pero ahora se trata de discutir el significado de esta política en términos de pesos y centavos, y que vaya más allá del 1% del PIB en los próximos 5 años”, señaló ante investigadores miembros de la AMC que se dieron cita en la Casa Tlalpan.
Laclette mencionó la disposición de la AMC para colaborar en la definición de las cifras presupuestales y de los objetivos a lograr en el Programa Especial de Ciencia y Tecnología, con grupos de trabajo multidisciplinarios.
El titular de la institución científica –que este año aumentó su número de miembros a 1 967 adscritos a todas las áreas del conocimiento, provenientes de 142 instituciones académicas instó a definir y analizar las cifras globales del presupuesto y sus porcentajes de incremento anual, así como distribuir cuánto se destinará a investigación básica, a desarrollo tecnológico y a innovación.
En respuesta, Juan Carlos Romero Hicks afirmó que se necesita pensar en una agenda nacional con una visión de país para los próximos 25 años, donde será indispensable la participación de los diferentes actores sociales involucrados. Anunció que en las próximas semanas se presentará el Plan Nacional de Desarrollo, del que derivarán programas sectoriales, regionales y especiales; uno de ellos es el Programa Especial de Ciencia, Tecnología e Innovación.
El titular de la dependencia acotó que el país debe reconocer que hace falta una mejor vinculación de actores, más formación de capital humano, más financiamiento, más sustentabilidad en las redes de ciencia y de tecnología, más infraestructura y mayor impacto en el ámbito social.
En la ceremonia, en la que la amc recibió a 68 nuevos miembros regulares y cuatro miembros correspondientes, el Dr. Ricardo Pérez Montfort (CIESAS-DF) habló en nombre de los miembros de nuevo ingreso. En su discurso señaló el compromiso que los investigadores deben tener con su entorno social particularmente en tiempos en que el gobierno federal ha minimizado los recursos para la ciencia. A continuación una parte del texto que el Dr. Pérez Montfort elaboró para la ocasión.
En un país cuyo gobierno recién inaugurado decide otorgarle a la ciencia y a la tecnología un presupuesto de 0.36% del PIB, o sea el presupuesto más bajo en los últimos 20 años, resulta difícil pensar que el formar parte del gremio científico pueda ser un privilegio. Más aún si, como nos sucedió a principios del presente, a los Centros Públicos de Investigación nos llegó la noticia de que sufriríamos un recorte de 30% en nuestros ya magros presupuestos. Si Estados Unidos destina 960 dólares por habitante a la ciencia y tecnología y España 400 dólares, pareciera quizás una burla que en México la cifra sea de apenas 20 dólares. No sólo es una clara muestra de la poca importancia que en los círculos de gobierno se le otorga a la ciencia, al conocimiento original y a la educación especializada, sino es quizá también una testificación de un lenguaje doble y por qué no decirlo, hipócrita. Si bien es cierto que apoyar a la ciencia y a la tecnología ya no es políticamente incorrecto en el discurso a veces críptico y a veces elemental de los miembros de los poderes nacionales, la verdad es que tal apoyo no se convierte en pesos y centavos. Como bien diría el Perogrullo político nacional: apoyo que no afecta al presupuesto corre claramente el riesgo de convertirse en demagogia o peor aún en esperanza truncada.
Aun así los científicos y los humanistas nos esforzamos porque la ciencia y la tecnología en México se eleve a niveles competitivos internacionales y es cierto que muchas veces lo logramos. Pero esto es claramente a pesar del olvido y el desdén gubernamental. Hace poco un miembro de esta Academia y colega, el Dr. Alberto Aziz [CIESAS-DF], se preguntaba “¿Cuál es la lógica de tener más becarios, más graduados, si las instituciones en donde se forman no van a poder pagarles el sueldo a los profesores, si todas estas instituciones no tendrán recursos ni para pagar la luz y el teléfono?”. Ante esta situación reitero que formar parte de una institución como ésas que vive en esas circunstancias– el sentirse privilegiado ya parece no sólo una referencia a un pasado lejano sino que hoy nos resulta digno de revisarse. No estoy tan seguro de que entre nosotros tengamos más neuronas, lo que sí creo es que hay mucha más capacidad para usarlas en beneficio de los demás.
Cierto que para algunos el formar parte de un gremio o de un cenáculo, incluso de alguna “mafia” pudiera significar privilegios y beneficios múltiples. Me temo que si es así, en la ciencia y la tecnología mexicanas de hoy, actuar como privilegiados va exactamente en sentido contrario a lo que podríamos considerar como una especie de misión histórica que tiene todo hombre de ciencia y de humanidades, y que es el compromiso con su entorno social. Si los círculos gubernamentales desdeñan los espacios de creación e innovación, de investigación y de educación, toca a éstos, desde mi punto de vista, el ir ocupando cada vez más los lugares en la crítica y en la posible independencia de criterios y normatividades, a partir del conocimiento y la vinculación con los problemas de la sociedad a la que pertenecemos. Ante el desprecio gubernamental cierto es que hay que cerrar filas, pero no de exclusión ni de obtención de favoritismos, sino para saber más sobre nosotros mismos, sobre los demás y así poder interaccionar de manera más comprometida y positiva con los medios externos.
Creo que la Academia Mexicana de Ciencias va mucho más en el camino de esa interacción que en la búsqueda de obtener mejorías para unos cuantos. Si es cierto que sus actividades “están orientadas a desarrollar y consolidar una cultura científica en la sociedad” y que hasta ahora, dicho sea de paso, se ha ponderado sobre todo la divulgación y la difusión de la ciencias duras y naturales, y no tanto así las de las sociales, políticas o humanísticas, no me cabe la menor duda que desde la propia Academia bien se podría apuntalar el llenado de los espacios que estos últimos gobiernos neoliberales han estado abandonando. No se trata sólo de “eficientar” o de sólo hacer “investigación pertinente” según los cánones imperantes entre autoridades de ciencia y tecnología de reciente cuño. Más bien se trata de contribuir para que se trascienda este estado de desdén y, por qué no decirlo, de improvisación y de supuesta planeación económica que sólo ve metas que tengan alguna referencia estadística. La propia Academia es, me parece, uno de los espacios idóneos para poder inventar los caminos que lleven a que las ciencias y las humanidades se vayan integrando a los proyectos de desarrollo del país con el claro interés de un beneficio social y no sólo de algunas minorías privilegiadas. Me pregunto ¿de qué sirve que mantengamos a nuestras instituciones y nuestras investigaciones sin capacidad de relevo y sin considerar a las siguientes generaciones que deberán sustituirnos, ya no a tan largo sino más bien a corto y a mediano plazo? En las actuales circunstancias en que la política gubernamental en materia científica y humanística excluye claramente a las nuevas generaciones, es quizás desde la Academia que podamos sensibilizar tanto a la sociedad como a ciertos sectores del régimen para que propicien la integración de estos jóvenes con el obvio beneficio social y económico que pueden significar en tiempos venideros. Cierto es que la Academia Mexicana de Ciencias ya pone su granito de arena en este sentido con sus programas de apoyo a la docencia, de promoción y divulgación de la ciencia, y de iniciación en la investigación. Aun así me parece que el compromiso con los jóvenes de este país requiere de esfuerzos mucho mayores sobre todo de los programas de gobierno, pero también de los centros de educación superior, los centros de investigación y las academias.
También toca quizás romper un poco las dinámicas de la competencia y de la eliminación de contrarios, que desde luego han fortalecido la noción clásica de “academia”, esto es, según María Moliner: “una corporación oficial formada por determinado número de hombres eminentes en los correspondientes campos de la ciencia y el arte, que realizan colectivamente determinadas actividades en relación con su respectiva especialidad”, definición que hoy suena un poco acartonada y vieja. Quizás habría que subrayar la connotación colectiva de nuestra actividad y ampliarla a una colectividad social, a un espacio mucho más amplio que nos vaya incorporando cada vez más como parte integral de sí mismo.
Así, formar parte de la Academia Mexicana de Ciencias se convierte en un honor que vale siempre y cuando esté al servicio, no de la ciencia o de las humanidades mismas, mucho menos al servicio de gobiernos o instituciones, sino de la sociedad y de los hombres y las mujeres concretos de este país. Ojalá y podamos transitar juntos, colectivamente comprometidos, por ese camino.
Dr. Ricardo Pérez Montfort
Investigador del CIESAS-DF
No hay comentarios.:
Publicar un comentario